domingo, 8 de diciembre de 2013

DECIR SÍ A DIOS


"A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró donde ella estaba, y le dijo:
– ¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
– María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David, y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.
María preguntó al ángel:
– ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
El ángel le contestó:
– El Espíritu Santo se posará sobre ti y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible.
Entonces María dijo:
– Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!

Con esto, el ángel se fue." 

En España y algún otro lugar se celebra la Inmaculada este domingo. En el evangelio de hoy vemos cómo la historia de la salvación depende del sí de María. Pero Dios sigue llamando, nos sigue llamando a todos. Él está esperando nuestro sí. Un sí a su voluntad. Todos creemos que hemos dado este sí. Pero, cuando la vida se nos tuerce, cuando no entendemos lo que nos pasa, nos cuesta ver y aceptar la voluntad de Dios. ¿Intentamos, de verdad, averiguar qué es lo que Dios quiere de nosotros? ¿Somos conscientes de qué de nuestro sí, no sólo depende nuestro futuro, sino el de otras personas?
Quizá olvidamos que, para oír la voz de Dios necesitamos hacer el silencio en nuestro interior y saberlo ver presente en los demás. María es modelo de silencio y de escucha. Ella guardaba todas las cosas en su corazón. María se entrega totalmente y por ella llaga la salvación a la humanidad. 
Adviento para nosotros, es como los nueve meses en que María esperó la llegada de Jesús. Una espera ilusionada, a pesar de las dificultades.

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