domingo, 13 de marzo de 2016

JESÚS Y LA MUJER


"Pero Jesús se dirigió al monte de los Olivos, y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él, sentándose, comenzó a enseñarles.
Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes y dijeron a Jesús:
– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. En nuestra ley, Moisés ordena matar a pedradas a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?
Preguntaron esto para ponerle a prueba y tener algo de qué acusarle, pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les respondió:
– El que de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.
Volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oir esto, uno tras otro fueron saliendo, empezando por los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se enderezó y le preguntó:
– Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?
Contestó ella:
– Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
– Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar."

El texto de hoy le he titulado Jesús y la mujer; pero lo podría haber titulado tirar la piedra. Son los dos aspectos que quiero comentaros.
El primero es el del concepto de la mujer en Jesús. Es sorprendente la relación de Jesús con las mujeres si nos fijamos en el concepto que tenía de ellas la sociedad de su tiempo. La mujer no podía hacer de testimonio en un juicio. En la sinagoga tenía un lugar apartado. Era considerada impura y causa de impureza. En cambio vemos a Jesús, a diferencia de los otros profetas, rodeado de mujeres. María Magdalena, Marta y María. Salomé, madre de unos pescadores. El evangelio nos dice que, junto a los discípulos, había un grupo de mujeres que le seguía. Es a las mujeres a las primeras que se aparece tras su resurrección. Siempre lo vemos con una actitud de acogida, como a la prostituta que le lava los pies con sus lágrimas, o la adúltera de hoy.
Por desgracia, a los cristianos nos ha costado aceptar este hecho. El evangelio de hoy, desaparece de alguno de los códices. Y la Iglesia, en vez de seguir la actitud de Jesús, ha tomado el ejemplo de las sociedades en que vivía y ha considerado a la mujer, o como un peligro, o como alguien menor de edad al que hay que tutelar. Alguno se escandalizaría si os pusiera alguna cita de frases de santos famosos, sobre las mujeres. La realidad es que Jesús no hizo diferencia entre hombres y mujeres. Y esto es algo sorprendente en la época y en la sociedad en la que vivía.
El segundo comentario se podría titular: tirar la piedra. En realidad a los que llevaron a la mujer ante Jesús, lo que de verdad les importaba, era tenderle una trampa. Pero serán ellos los que saldrán con el rabo entre las piernas. Jesús les hace ver que nadie tiene el derecho de juzgar a nadie, porque todos tenemos nuestros defectos. Y cuanto más mayores, más, porque ya se sabe que como más viejo, más pellejo.
Ante la afirmación de Jesús, de que el libre de culpa eche la primera piedra, todos se dan cuenta de que nadie está libre de culpa. Jesús no condena. Siempre perdona. Eso es algo que no entendemos. Para nosotros, el que la hace debe pagarla. Sólo sabemos ver el exterior de las personas; pero Jesús ve nuestro interior. Conoce todos los entresijos de nuestras vidas. Por eso puede perdonarnos y nos perdona. Sólo nos pide, que intentemos no volver a caer.  




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