domingo, 8 de enero de 2017

HIJOS DE DIOS


 "En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al río Jordán, a donde estaba Juan, para que este le bautizase. Al principio, Juan se resistió diciendole:
– Yo tendría que ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Jesús le contestó:
– Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo que es justo delante de Dios.
Entonces Juan consintió. Jesús, una vez bautizado, salió del agua. En esto el cielo se abrió, y Jesús vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía:
- Este es mi Hijo amado, a quien he elegido."

Jesús sorprende a Juan y nos sorprende a nosotros colocándose en la cola de los pecadores. El no necesitaba ningún bautismo para quedar limpio. Sin embargo, el humillarse igualándose a los pecadores, hace que el Padre lo ensalce declarándolo su Hijo amado y elegido, que se abra el cielo y el espíritu se pose sobre Él.
Decimos muchas veces que no encontramos a Jesús. ¿No será que lo buscamos en el lugar equivocado? Jesús está junto a los pecadores. Buscando la oveja perdida. Haciéndose el último de todos.
Aquí, junto al Jordán, empieza la vida pública de Jesús, el cumplimiento de su misión. Este acto supone un cambio radical en su vida. Pasa de ser el hijo del carpintero, a ser el Hijo de Dios amado. Pasa a ser nuestro Salvador.
Si queremos ser sus discípulos, también nosotros debemos cambiar de vida. Jesús nos ha hecho a todos Hijos de Dios, sus hermanos. Esto ha de suponer una forma diferente de ver la vida, de escuchar, de esperar. En definitiva una forma de vivir viendo los cielos abiertos y dejando que el Espíritu repose sobre nosotros. Y esto se consigue no con hechos espectaculares, si no colocándonos en la cola de los pecadores. Considerándonos lo que somos, pecadores. Sólo así podremos ser verdaderos Hijos de Dios. 



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