domingo, 31 de diciembre de 2017

UNA FAMILIA DE NAZARET


Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según manda la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: “Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.” Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. 
En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo, que adoraba a Dios y esperaba la restauración de Israel. El Espíritu Santo estaba con él  y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor había de enviar. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús entraban para cumplir con lo dispuesto por la ley, Simeón lo tomó en brazos, y alabó a Dios diciendo:
- Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:
ya puedes dejar que tu siervo muera en paz .
Porque he visto la salvación
que has comenzado a realizar
ante los ojos de todas las naciones, 
la luz que alumbrará a los paganos 
y que será la honra de tu pueblo Israel. 
El padre y la madre de Jesús estaban admirados de lo que Simeón decía acerca del niño. Simeón les dio su bendición, y dijo a María, la madre de Jesús:
– Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción que pondrá al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que te atraviese el alma.
También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años; pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. 
Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios."

Este evangelio lo hemos leído dividido en dos los últimos días. Hoy es la festividad de la Sagrada Familia y nos vamos a fijar en esta familia normal, que cumple con las tradiciones como cualquier familia judía de su tiempo. una familia que vuelve a Nazaret y vive una vida sencilla sin llamar la atención. Y en un Jesús que va "creciendo", que va descubriendo poco a poco cuál será su misión, hasta el momento del Bautismo en el Jordán. 
Koinonia (Servicio Bíblico Latinoamericano), nos lo comenta con claridad:
"El evangelio de Lucas que hoy meditamos nos cuenta, dentro del género de los «relatos de la infancia», el rito de la presentación del niño en el Templo, celebrado también por los padres de Jesús. El fragmento de hoy concluye con unas palabras muy importantes, que, junto con otros pasajes paralelos de Mateo, proclaman el “progreso” en el “crecimiento” de Jesús «en edad, sabiduría y gracia, ante los hombres y ante Dios».
Tiempos hubo en que la «cristología vertical descendente», la que fue la cristología clásica, se veía en la necesidad de corregir estas palabras diciendo que, obviamente, Jesús no podía «crecer, progresar en sabiduría ni en gracia», porque ya era perfecto desde siempre... La cristología renovada, «ascendente» ahora, por el contrario, se fijó en estos versículos y los subrayó: sería el evangelio mismo el que nos estaría afirmando que Jesús «fue haciéndose», no sólo creciendo en edad, sino «en sabiduría» e incluso «en gracia».
Este evangelio, y sus paralelos, es, por ello muy importante, por cuanto nos insta a desvincularnos de los planteamientos griegos estáticos, metafísicos. La «encarnación» no se habría dado en un momento, como un chispazo de conexión instantánea entre dos «naturalezas», la divina y la humana, sino que, en todo caso, habría que pensarla como un proceso histórico." 




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